Y Lucas se fue a Australia
Hubo un tiempo no muy lejano en el que el tenis masculino español solo tenía oportunidades de brillar si la pista en la que se jugaba era de color rojo. En el que albergar esperanzas en cualquier torneo que no se jugase sobre tierra batida era poco más que una quimera. En que se creía que la hierba era para las vacas y el cemento para construir casas. Un tiempo en el que podías ver a un bicampeón de Roland Garros no viajar al Open de Australia debido a la lejanía del evento y a un subcampeón no pisar Wimbledon hasta su último año de profesional. ¿Para qué perder el tiempo?.
Hoy en día estamos acostumbrados a ver a Nadal ganándolo todo. A ver a nuestros segundas o terceras espadas, los Ferrer, Verdasco, Bautista o Carreño hacer semifinales en Australia, Nueva York e incluso Wimbledon, sin que ello nos parezca nada cercano a una hazaña, aunque en realidad lo sea.
Vimos incluso hace años ganar a un tal Alex Corretja el Masters, derrotando por el camino a un señor llamado Pete Sampras. También vimos a un valenciano llamado Juan Carlos Ferrero jugar una final del Us Open, dejando en la estacada a otro señor llamado Andre Agassi.
Cada éxito o fracaso suele tener un génesis detrás que hace que todo comience a desarrollarse. Alguna fuerza tiene que empujar la bola de nieve para que esta crezca y se transforme en avalancha. Lo que el tenis masculino español vive en este momento es una avalancha de éxitos, en la que no hay que esperar a principios de junio en París para que se produzcan, ya que el goteo es continuo.
Pero esta avalancha, como todas, también tuvo su fuerza y momento generadores. Su fuerza se llamó Carlos Moyá. Su momento, enero de 1997.
Como cada comienzo de temporada, Australia recibía al ATP Tour bajo un calor axfisiante. El primer Grand Slam del año contaba entre sus favoritos con gente de la talla de los números uno y dos mundiales, los americanos Pete Sampras y Michael Chang, el alemán Boris Becker, actual campeón del evento o el cañonero croata Goran Ivanisevic, por aquel tiempo ya doble finalista en Wimbledon.
Los españoles contábamos con tres cabezas de serie en aquel torneo: Albert Costa partiría como décimo cabeza de serie, Felix Mantilla como decimocuarto y Alberto Berasategui como decimosexto. A pesar de ostentar dicha categoría, ninguno de los tres iniciaba con opciones reales de triunfo.
De entre los españoles no cabezas de serie, uno en especial comenzaba su participación con buenas sensaciones, ya que tan solo un par de días antes del inicio se había proclamado subcampeón del torneo de Sydney, verdadera prueba de fuego antes del abierto aussie. El nombre de este jugador era Carlos Moyá, un semidesconocido mallorquín de veinte años que había acabado el año anterior en el puesto veintiocho del ranking.
Moyá desarrollaba un tenis muy agresivo para lo que los aficionados de nuestro país tenían acostumbrado. Basaba su juego en un saque potente y una derecha poderosísima, acompañados de una más que decente mano en la red. No temía los peloteos cortos, lanzándose a por el punto a poco que tuviese una buena posición con su derecha.
A priori sus características no debían adaptarse mal a las pistas rápidas, si bien sus dos únicos torneos ganados hasta la fecha, en Buenos Aires y Umag, habían sido en tierra batida.
El mallorquín no tuvo suerte en el sorteo, ya que su primer rival sería el cabeza de serie número seis y actual defensor del título, el alemán Boris Becker. El germano era uno de los jugadores en activo más laureados y con más experiencia en el circuito, si bien se podía intuir que sus mejores momentos habían ya pasado. Su juego se adaptaba como anillo al dedo a las pistas rápidas, gracias a un potentísimo servicio y a un gran toque y movilidad en la volea.
Moyá, a pesar de no partir como favorito, tenía motivos para sentirse optimista, ya que en su anterior enfrentamiento contra el jugador centroeuropeo, en el masters de París de 1996, había conseguido derrotarle en una pista rapidísima, hecha a medida para el alemán.
El partido fue una batalla campal, en la que ambos jugadores se sacaron a palos de la pista, y que cayó del lado del español gracias a una postrera rotura de servicio en el quinto set. El vigente campeón perdía su corona y el mallorquín pasaba de ronda.
Con Becker fuera de juego, a Moyá se le abrió el cuadro. Patrick McEnroe, Bernd Karbacher, Jonas Bjorkman (en otro partido ajustadísimo a cinco sets) y Felix Mantilla, que realizó también un gran torneo, no pudieron parar la agresividad del jugador español. Moyá se planto en semifinales de un grande por primera vez. En el camino quedaban los dos huesos más duros de roer: El número dos del mundo, el estadounidense Michael Chang y el número uno, Pete Sampras.
Las semifinales fueron una auténtica lección de tenis. Moyá sacó a relucir todo su repertorio ofensivo y Chang, más fallón de lo habitual, no pudo siquiera inquietar por un segundo a su rival. La diferencia de ritmo era evidente y la bola del mallorquín corría más que la del americano. La historia acabó en tres sets, ninguno con necesidad de tie break, y el español se plantó en la final.
Durante las dos semanas que duró su camino a dicha final, el jugador español no solo se ganó el respeto de todo el mundo gracias a su juego, sino que conquistó a un continente entero, el austral, que lo tomó como hijo adoptivo ante la falta de jugadores nacionales en las últimas rondas.
El estilo de Moyá casaba perfectamente con la cultura australiana del momento. Su pelo largo, siempre recogido con un pañuelo, su moderna vestimenta blanca y negra añadidos a su carácter extrovertido, hacían de nuestro jugador una especie de tenista con pinta de surfero que volvía locos a los fans aussies. El público se volcó con Charlie y el apoyo de la Rod Laver para con Moyá fue evidente en todos los partidos.
A pesar de su estado de gracia y del apoyo manifiesto del público, el monstruo de la final fue, esta vez sí, demasiado grande. Sampras dominaba a su antojo el circuito desde hacía cuatro años, y la diferencia de experiencia se puso de manifiesto desde el primer punto. Moyá no encontró (o el americano no le dejó encontrar) el ritmo de las rondas anteriores y el partido se convirtió en un completo monólogo del número uno, que no dio siquiera pie a la ilusión. El mallorquín solo ganó ocho juegos durante los tres sets que duró el choque. La final estaba liquidada y el americano con su novendo grande en el bolsillo.
Carlos Moyá no necesitó ganar para cambiar la historia del tenis masculino en España. Antes de su cabalgada por las pistas de Melbourne Park en 1997, ningún español había jugado una final de un Grand Slam en pista dura (ni siquiera unas semifinales). A partir de ese momento, a la armada se le quitó el complejo y el miedo de salir a competir en una pista rápida. ¡De qué manera se le quitó!.
Su discurso en la entrega de premios dejó otro momento imborrable cuando, tras defenderse en un inglés más que decente pese a su corta edad, acabó su intervención con una frase mítica que estaba estaba en boca de gran parte del país en aquel tiempo.
Esta bonita historia no pudo tener un final mejor. Gracias Carlos y ¡Hasta luego Lucas!.
Moyá - Becker
https://www.youtube.com/watch?v=NnBjon_GSZU
Moyá - Chang
https://www.youtube.com/watch?v=BOh53je5FnU
Moyá Sampras
https://www.youtube.com/watch?v=QBStdY3oAaQ
Bonus Track
https://www.youtube.com/watch?v=m1TbGVm0oHo
PREGUNTA ENCRIPTADA - Responde en los comentarios
¿Quiénes son los dos tenistas de los que habla el primer párrafo?
Hoy en día estamos acostumbrados a ver a Nadal ganándolo todo. A ver a nuestros segundas o terceras espadas, los Ferrer, Verdasco, Bautista o Carreño hacer semifinales en Australia, Nueva York e incluso Wimbledon, sin que ello nos parezca nada cercano a una hazaña, aunque en realidad lo sea.
Vimos incluso hace años ganar a un tal Alex Corretja el Masters, derrotando por el camino a un señor llamado Pete Sampras. También vimos a un valenciano llamado Juan Carlos Ferrero jugar una final del Us Open, dejando en la estacada a otro señor llamado Andre Agassi.
Cada éxito o fracaso suele tener un génesis detrás que hace que todo comience a desarrollarse. Alguna fuerza tiene que empujar la bola de nieve para que esta crezca y se transforme en avalancha. Lo que el tenis masculino español vive en este momento es una avalancha de éxitos, en la que no hay que esperar a principios de junio en París para que se produzcan, ya que el goteo es continuo.
Pero esta avalancha, como todas, también tuvo su fuerza y momento generadores. Su fuerza se llamó Carlos Moyá. Su momento, enero de 1997.
Como cada comienzo de temporada, Australia recibía al ATP Tour bajo un calor axfisiante. El primer Grand Slam del año contaba entre sus favoritos con gente de la talla de los números uno y dos mundiales, los americanos Pete Sampras y Michael Chang, el alemán Boris Becker, actual campeón del evento o el cañonero croata Goran Ivanisevic, por aquel tiempo ya doble finalista en Wimbledon.
Los españoles contábamos con tres cabezas de serie en aquel torneo: Albert Costa partiría como décimo cabeza de serie, Felix Mantilla como decimocuarto y Alberto Berasategui como decimosexto. A pesar de ostentar dicha categoría, ninguno de los tres iniciaba con opciones reales de triunfo.
De entre los españoles no cabezas de serie, uno en especial comenzaba su participación con buenas sensaciones, ya que tan solo un par de días antes del inicio se había proclamado subcampeón del torneo de Sydney, verdadera prueba de fuego antes del abierto aussie. El nombre de este jugador era Carlos Moyá, un semidesconocido mallorquín de veinte años que había acabado el año anterior en el puesto veintiocho del ranking.
Moyá desarrollaba un tenis muy agresivo para lo que los aficionados de nuestro país tenían acostumbrado. Basaba su juego en un saque potente y una derecha poderosísima, acompañados de una más que decente mano en la red. No temía los peloteos cortos, lanzándose a por el punto a poco que tuviese una buena posición con su derecha.
A priori sus características no debían adaptarse mal a las pistas rápidas, si bien sus dos únicos torneos ganados hasta la fecha, en Buenos Aires y Umag, habían sido en tierra batida.
El mallorquín no tuvo suerte en el sorteo, ya que su primer rival sería el cabeza de serie número seis y actual defensor del título, el alemán Boris Becker. El germano era uno de los jugadores en activo más laureados y con más experiencia en el circuito, si bien se podía intuir que sus mejores momentos habían ya pasado. Su juego se adaptaba como anillo al dedo a las pistas rápidas, gracias a un potentísimo servicio y a un gran toque y movilidad en la volea.
Moyá, a pesar de no partir como favorito, tenía motivos para sentirse optimista, ya que en su anterior enfrentamiento contra el jugador centroeuropeo, en el masters de París de 1996, había conseguido derrotarle en una pista rapidísima, hecha a medida para el alemán.
El partido fue una batalla campal, en la que ambos jugadores se sacaron a palos de la pista, y que cayó del lado del español gracias a una postrera rotura de servicio en el quinto set. El vigente campeón perdía su corona y el mallorquín pasaba de ronda.
Con Becker fuera de juego, a Moyá se le abrió el cuadro. Patrick McEnroe, Bernd Karbacher, Jonas Bjorkman (en otro partido ajustadísimo a cinco sets) y Felix Mantilla, que realizó también un gran torneo, no pudieron parar la agresividad del jugador español. Moyá se planto en semifinales de un grande por primera vez. En el camino quedaban los dos huesos más duros de roer: El número dos del mundo, el estadounidense Michael Chang y el número uno, Pete Sampras.
Las semifinales fueron una auténtica lección de tenis. Moyá sacó a relucir todo su repertorio ofensivo y Chang, más fallón de lo habitual, no pudo siquiera inquietar por un segundo a su rival. La diferencia de ritmo era evidente y la bola del mallorquín corría más que la del americano. La historia acabó en tres sets, ninguno con necesidad de tie break, y el español se plantó en la final.
Durante las dos semanas que duró su camino a dicha final, el jugador español no solo se ganó el respeto de todo el mundo gracias a su juego, sino que conquistó a un continente entero, el austral, que lo tomó como hijo adoptivo ante la falta de jugadores nacionales en las últimas rondas.
El estilo de Moyá casaba perfectamente con la cultura australiana del momento. Su pelo largo, siempre recogido con un pañuelo, su moderna vestimenta blanca y negra añadidos a su carácter extrovertido, hacían de nuestro jugador una especie de tenista con pinta de surfero que volvía locos a los fans aussies. El público se volcó con Charlie y el apoyo de la Rod Laver para con Moyá fue evidente en todos los partidos.
A pesar de su estado de gracia y del apoyo manifiesto del público, el monstruo de la final fue, esta vez sí, demasiado grande. Sampras dominaba a su antojo el circuito desde hacía cuatro años, y la diferencia de experiencia se puso de manifiesto desde el primer punto. Moyá no encontró (o el americano no le dejó encontrar) el ritmo de las rondas anteriores y el partido se convirtió en un completo monólogo del número uno, que no dio siquiera pie a la ilusión. El mallorquín solo ganó ocho juegos durante los tres sets que duró el choque. La final estaba liquidada y el americano con su novendo grande en el bolsillo.
Carlos Moyá no necesitó ganar para cambiar la historia del tenis masculino en España. Antes de su cabalgada por las pistas de Melbourne Park en 1997, ningún español había jugado una final de un Grand Slam en pista dura (ni siquiera unas semifinales). A partir de ese momento, a la armada se le quitó el complejo y el miedo de salir a competir en una pista rápida. ¡De qué manera se le quitó!.
Su discurso en la entrega de premios dejó otro momento imborrable cuando, tras defenderse en un inglés más que decente pese a su corta edad, acabó su intervención con una frase mítica que estaba estaba en boca de gran parte del país en aquel tiempo.
Esta bonita historia no pudo tener un final mejor. Gracias Carlos y ¡Hasta luego Lucas!.
Moyá - Becker
https://www.youtube.com/watch?v=NnBjon_GSZU
Moyá - Chang
https://www.youtube.com/watch?v=BOh53je5FnU
Moyá Sampras
https://www.youtube.com/watch?v=QBStdY3oAaQ
Bonus Track
https://www.youtube.com/watch?v=m1TbGVm0oHo
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¿Quiénes son los dos tenistas de los que habla el primer párrafo?
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